No sé cuándo ocurrió exactamente.
De repente un día supe que era capaz de mover el mundo, abrir
las aguas o atrapar la luna y que no había problema, dificultad u obstáculo que
no pudiera resolver, doblegar o derribar. Todo era posible para mí.
Puedo mover montañas, hundir barcos o sacarlos del fondo del
mar, conducir más rápido que nadie, ser más fuerte, llegar más alto, derrotar a
gigantes, matar monstruos terribles, capturar dragones, derribar edificios y
volverlos a construir.
Puedo sanar a los enfermos, eliminar el dolor con mi poder,
ofrecer paz y consuelo, impartir justicia e imponer penas terribles frente al
mal.
Cualquiera hubiera pensado que semejante capacidad debería
producirme felicidad, seguridad, exaltación… y en cambio me siento abrumado por
la responsabilidad, atenazado, aterrado ante la perspectiva de no ser merecedor
de semejante don.
¿Y si no soy capaz de matar a todos los dragones, sanar
todas las enfermedades, quitar todos los dolores, ofrecer siempre consuelo o no
ser justo? ¿Y si mi poder no dura el tiempo suficiente que tiene que durar?
Hace apenas unos días vislumbré por vez primera ese brillo
en los ojos de mi hijo al mirarme que me decía que era mi más ferviente
admirador, que yo soy su héroe, el más poderoso hombre en la Tierra.
Soy un superhéroe, soy padre.
Me encanta. Pero disfruta de ser ese perfecto superhéroe, ya que con el tiempo perderás todos tus poderes
ResponderEliminarPrecioso. Aprovéchate de ser ese perfecto y maravilloso superhéroe, pues con el tiempo perderás todos los poderes
ResponderEliminarEres héroe desde siempre, sigue así
ResponderEliminar¡¡¡¡Eres un superpapi!!!! Eso es seguro. Y tu peque lo sabe, por eso te adora.
ResponderEliminar