jueves, 1 de octubre de 2015

Reunión familiar

Han sido dos días extenuantes con tanta gente aquí.
Han venido todos a la reunión en mi honor, hijos y nietos, hermanos y sobrinos, primos y algún tío, amigos de siempre, amigos recientes y amigos que perdí durante el camino. Han venido incluso algunos de los que no me acordaba, de los que no se acordaba nadie, diría yo.
Estaba Laura preciosa con ese vestido negro que nunca quiso ponerse y que yo le regalé hace más de veinte años. Su magnífica perfección no hizo más que mejorar con el tiempo.
Andrés, que no dudó en montarse en un avión y venir desde ese pueblo finlandés, no recuerdo el nombre, al que lleva años invitándome a ir y que mi estado de salud siempre me ha impedido conocer, del que me ha inundado de fotografías en las que aparecen Cristina y Andrés jugando en la nieve con la preciosa Erika que nos lo robó, como una constante. Hacía años que no veía en persona a los cuatro.
Carmen, que nunca se ha separado de nosotros más de veinte kilómetros, nuestro apoyo en la senectud, alma cálida y tranquila, su marido Luis, un enorme corpachón necesario para albergar tanta bondad. Y Martín y Samuel, los mellizos, grandes como su padre en tamaño y bondad. No ha venido Valentín, el mayor de Samuel, que está de exámenes en Estados Unidos y le ha sido imposible.
¡Y José!, Pepín que tanto odiaba de niño y que ahora seguro añora, como yo al Charlie que me diferenciaba de Carlos. Presidente del consejo, tiene ya el pelo cubierto de canas y sigue siendo “el niño” para Laura y para mí. Héctor está hecho un hombre y parece que al final se casará con esa taciturna chica a la que apenas hemos oído hablar.
Carlos, Manu, Chapa, Chino, Humus y Tran – de tranca, no os diré por qué - los amigos del fútbol y de la niñez, del que se cayeron años atrás Alberto y Manolo por una discusión ahora estúpida y Marcos y Tomás, que nos dejaron. Han venido todos con sus interminables familias y de los que no soy capaz de recordar los nombres.
Están todas las amigas de Laura: Esther, Lorena, Marga, Andrea, Eva, Ana y - perdonadme – la insoportable Clara. Con los maridos que a base de años y reuniones son tan amigos míos como ellas de Laura. Con una legión de sobrinos postizos.
Y un largo etcétera, hasta esa que dice ser prima de Laura pero que ella no recuerda y le dice que sí, que prima de Carmen, su prima y que fueron juntas al colegio un año, pero que después se fue a vivir al pueblo, que se lo dijo Patri, la de Ángel “el molinero” y quiso venir.

Ahora todos se han ido ya, dejando la sala vacía y creo que es momento de que yo también lo haga. Siento que me diluyo fuera de ese cuerpo que ya no me servirá más, me despido de él y me retiro, feliz.

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